miércoles, 24 de octubre de 2007

498 MÁRTIRES. José María Castillo, teólogo

Fuentes: El Ideal, Moceop, Redes Cristianas, Somos Iglesia Andalucía


EL próximo día 28, con toda solemnidad en la plaza de San Pedro de Roma, serán beatificadas por el papa 498 personas que murieron asesinadas en la Guerra Civil española de 1936 a 1939. Nunca, en la larga historia de la Iglesia, habían recibido los honores de la beatificación tantos cristianos a la vez. Se trata, pues, de un hecho enteramente singular que debería ser motivo de gozo para toda la Iglesia, especialmente la española.





Lo que ocurre es que este hecho tan gozoso para la Iglesia no puede ser motivo de alegría para todos sus miembros. Porque los que van a ser elevados a tanta dignidad pertenecían todos a uno de los bandos contendientes. Y ahora nos encontramos con la desagradable coincidencia de que entre quienes fueron asesinados en el otro bando había también personas con creencias religiosas, pero resulta que justamente en estos mismos días, cuando unos españoles preparan gozosamente su viaje a Roma para honrar a sus antepasados como heroicos mártires, hay otros españoles que profesan las mismas creencias religiosas, pero que se sienten, no sólo olvidados y excluidos de la fiesta, sino además sin poder saber ni dónde fueron enterrados sus difuntos.






Y hasta es posible que haya quienes se vean señalados con el dedo como gentes que no son capaces de olvidar agravios que todos tendríamos que borrar de la memoria.



La Iglesia es cuidadosa para que sólo suban a los altares quienes dieron su vida por motivos religiosos, nunca si hay sospecha de que fueron asesinados por motivos políticos. En los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando en América Latina alcanzaron mayor crueldad las dictaduras militares, fueron torturados y masacrados muchos miles de cristianos: obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas y laicos.





Las víctimas de aquellos horrores lo tienen muy crudo para alcanzar la gloria que el día 28 van a conseguir los que en España murieron en la ‘zona roja’. Los casos más llamativos son los de Monseñor Angelelli, en Argentina, y sobre todo el de Monseñor Romero, en El Salvador, que fue ejecutado sobre el altar cuando estaba celebrando la eucaristía. Ninguno de estos obispos ha sido aún beatificado. Muchos de los que murieron violentamente en América Latina eran seguramente tan cristianos como los que sufrieron tortura en las checas y muerte infame en las cárceles de la República.





La diferencia está en que quienes fueron ejecutados en el bando republicano eran creyentes y además de derechas, ‘gente de orden’. Mientras que muchos de los cristianos asesinados por Videla o Pinochet eran creyentes, pero creyentes de izquierdas, ‘gente revolucionaria’. Y ya lo sabemos, desde el punto de vista dominante en el Vaticano, el ‘orden’ sube a los altares, mientras que la ‘revolución’ baja a los infiernos. Militares de ‘orden’ y de derechas fueron Franco y Pinochet. Sus víctimas difícilmente van a subir a los altares. Ya se podrán dar por satisfechos sus familiares si un día encuentran las tumbas de quienes fueron ejecutados como ‘revolucionarios’.



Yo sé que remover el recuerdo de la Guerra Civil es un asunto escabroso. Porque, en vez de curar viejas heridas, puede echar más vinagre en cicatrices que no se acaban de cerrar. Sin embargo, y aun a riesgo de irritar a quienes ven las cosas de otra manera, creo que es necesario hablar de este asunto. Porque ahora nos estamos dando cuenta de que, en la ejemplar transición tantas veces elogiada, hubo una herida que curó en falso.





Quizá no pudo ser de otra manera. Hoy somos muchos los que pensamos que ha llegado la hora de sanear nuestra convivencia. Ahora bien, si alguien tiene un papel determinante en esa tarea, es la Iglesia, sobre todo los obispos. El próximo día 28 van a estar casi todos los obispos españoles en la plaza de San Pedro. Y luego vendrán las celebraciones locales de los 498 mártires, en cada ciudad, en cada parroquia, en cada pueblo. Vamos a tener fiestas de mártires por toda España durante semanas.





Por más que el portavoz de los obispos, Martínez Camino, nos diga que todo eso no tiene ninguna intencionalidad política, sería necesario estar ciegos para no darse cuenta de que así se le les facilitan las cosas, con vistas a la campaña electoral, a quienes hoy se sienten herederos del ejemplo de aquellos españoles que hoy son considerados como mártires de una cruzada, justamente cuando de los otros que cayeron no se quiere ni recordar su memoria.



Cuando estalló la Guerra Civil, había en Linares un cura que era el párroco de los mineros. En Linares mandaban los republicanos. Y entre los mineros abundaba la gente de izquierdas. Y sin embargo, nadie se metió con aquel cura. No fue mártir. No pudo serlo. Porque antes de empezar la guerra, y durante la guerra, se dedicó por entero a aliviar el dolor de sus feligreses, que trabajaban duro y ganaban jornales de miseria, sin la debida seguridad y, sobre todo, sin dignidad.





El cura del que hablo era don Rafael Álvarez Lara. Acabada la guerra fue nombrado obispo de Guadix y luego de Mallorca.





Él me ordenó a mí de sacerdote y siempre tuve con él una excelente amistad. Fue un hombre bueno de verdad. No pretendo insinuar que los que ahora van a ser venerados como mártires no fueron tan buenas personas como lo pudo ser don Rafael. Lo que digo es que si los curas y monjas, que había en España en los años 30, hubieran sido vistos por los pobres, los obreros y los trabajadores como los mineros de Linares veían a don Rafael, seguramente ahora no tendríamos tantos mártires en los altares, pero a lo mejor habría más cristianos en las calles y más unidad, respeto y armonía en nuestra sociedad.

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