La dimisión del papa ha sorprendido a todo el mundo. Es
cierto que él había anunciado en la entrevista que le hicieron hace unos años
que estaría dispuesto a presentar su renuncia si le fallaran las facultades
físicas. Pero, quizá nadie se creyó que podría cumplir su palabra llegado el momento y cumplir con lo que él
mismo había anunciado años antes.
Su gesto, me merece todo mi respeto y diría más: mi
admiración. Porque, cuando vemos que, al menos en este país, nadie dimite por
nada del mundo, gestos como éstos son de valorar.
Pero, dicho esto, me alegro de su dimisión. Su pontificado
no ha podido ser más decepcionante porque no ha podido dar respuesta a los
grandes desafíos de la Iglesia. Se ha enrocado en posiciones numantinas y la
Iglesia, durante su mandato, ha aparecido anclada en el pasado. Tendió la mano a los heréticos
lefevbrianos. Restauró la misa en latín. Sancionó a centenares de teólogos
renovadores y progresistas. Condenó la teología de la liberación. Cerró la
puerta a la ordenación de las mujeres para el sacerdocio.
Mantuvo posturas tradicionales en temas teológicos y de
moral sexual.
En la relación con otras religiones, tuvo importantes tropiezos
con el Islam en el discurso de Ratisbona. Fomentó los grupos conservadores como
Opus Dei, Comunión y Liberación, grupos neocatecumenales etc…mientras atacó a
los grupos renovadores y progresistas como las comunidades eclesiales de base,
los teólogos progresistas, obispos que se pronunciaron a favor de la opcionalidad del celibato,
colectivos de sacerdotes casados, religiosos/as de línea renovadora etc…
Por eso, el nombramiento de un nuevo papa debería de ser un momento
decisivo para que la Iglesia cambiara de rumbo . Volviera al espíritu del
Concilio Vaticano II y del papa Juan XXIII para, tomando de él todo lo
positivo, impulsara un cambio mucho más profundo adaptando toda la estructura
de la Iglesia a los tiempos nuevos, a este cambio de época.
La Iglesia no puede demorar por más tiempo cuestiones tan
fundamentales como:
-Opción decidida por los pobres, abandonando todos los
símbolos de poder. Renuncia a la jefatura del estado del Vaticano, a las
nunciaturas y todo tipo de connivencia
con los poderosos. Poner sus bienes a disposición de los que lo necesitan.
-la opcionalidad del celibato para los sacerdotes
- el acceso de la mujer a todas las responsabilidades que se pueden asumir en la Iglesia, en
igualdad con los hombres : sacerdocio, episcopado…
- cambios en la moral sexual: admisión del matrimonio entre
personas del mismo sexo, apertura a las relaciones prematrimoniales, aceptación
de los preservativos, aceptar que los divorciados vueltos a casar puedan
participar plenamente en la eucaristía etc…
- un gobierno de la Iglesia descentralizado. El Papa no
puede ser una institución de tipo autoritaria, de monarquía absoluta que
detenta en sí todos los poderes. Debe ejercer
el servicio a la iglesia de un modo descentralizado, a través de las
iglesias nacionales, regionales, sínodos provinciales, con carácter no consultivo,
sino vinculante….
- debe adaptar su liturgia y su pastoral a las distintas
culturas, regiones y países. El
fundamentalismo religioso y el pensamiento único no debe ser el estilo de
gobierno del nuevo papa.
Habría muchas más cuestiones que plantear. Sólo he señalado algunas
de ellas.
Es posible que muchos piensen que esto es soñar.
Quizá no queremos darnos cuenta de la gravedad del momento
que vive la Iglesia, de su lejanía del mundo, de la juventud, de los pobres,
sobre todo en los países más desarrollados y también en Latinoamérica, donde
una nefasta gestión en los nombramientos de obispos ha conseguido alejar a los
sectores más pobres de la Iglesia. Son millones y millones de ellos los que se
han marchado a grupos evangélicos y de otras religiones.
Es ahora el momento para que haya ese cambio de rumbo que la
Iglesia necesita. Un cambio que no debería hacerse desde arriba, desde un
despacho, sino con una amplísima participación de todos los sectores de la
iglesia universal, sin marginar a nadie.
¿Es esto soñar?
Es posible. Porque los que tienen que elegir el nuevo papa
son cardenales ancianos y todos ellos, nombrados por los dos últimos papas Juan
Pablo II y Benedicto XVI que han sido tan conservadores.
¡Ojalá ocurriera un milagro!
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