lunes, 18 de octubre de 2021

IMPORTANTE DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO AL IV ENCUENTRO DE MOVIMIENTOS POPULARES. Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares

 





El Papa Francisco se ha dirigido al IV Encuentro Mundial de los Movimientos Populares con un discurso precioso, soñador, reivindicativo a los poderes públicos y financieros, pero lleno de posibilidades reales de cambio, de cara a la construcción de un Mundo más justo e igualitario. Basado, como no podía ser de otro modo, en los principios del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia. 

Porque Francisco no es un político, como algunos interesadamente intentan- sin éxito- hacer ver. Le duele, como le dolía a Jesús, ver el sufrimiento de tantos millones y millones de personas que están excluídos de poder llevar una vida con dignidad, con trabajo, techo y tierra. Y están excluídos porque el sistema económico que domina el Mundo es un sistema "que mata". "En nombre de Dios, cambien un sistema de muerte".

Un sistema de muerte, eso es lo que tenemos con este capitalismo que no mira por el bien de las personas, sino sólo por las ganancias económicas, utilizando todos los medios legales e ilegales como la especulación financiera,  la corrupción y la evasión de capitales a paraísos fiscales, para no tener que pagar impuestos en su países, tan necesarios para el bienestar de todos.










Os invito a leer el discurso íntegro, que es precioso. Lo tenéis en el siguiente enlace:









https://www.religiondigital.org/vaticano/Francisco-condonacion-contraidas-intereses-pueblos_0_2387461235.html


Pero, para quien no tenga paciencia de leerlo íntegro, he entresacado estas frases textuales de su discurso. Leyéndolas, comprenderéis porqué a la derecha y extrema derecha no le gusta este Papa evangélico y lo critica duramente, a pesar de presumir de ser ellos muy católicos, apostólicos y romanos. Francisco sigue el estilo de Jesús de Nazaret, al que ya sabemos que mataron los poderes religiosos y políticos.

A ver qué os parece. Juzgad vosotros.

Un cordial saludo: Juan
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Verlos a ustedes me recuerda que no estamos condenados a repetir ni a construir un  futuro basado en la exclusión y la desigualdad, el descarte o la indiferencia; donde la cultura del  privilegio sea un poder invisible e insuprimible y la explotación y el abuso sea como un método  habitual de sobrevivencia. ¡No! Eso ustedes lo saben anunciar muy bien. Gracias


Los números  del hambre son horrorosos, y pienso, por ejemplo, en países como Siria, Haití, Congo, Senegal,  Yemen, Sudán del Sur pero el hambre también se hace sentir en muchos otros países del mundo pobre  y, no pocas veces, también en el mundo rico. Es posible que las muertes por año por causas vinculadas  al hambre puedan superar a las del COVID.[1] Pero eso no es noticia, eso no genera empatía. 










Jesús,  cuando nos ofreció el protocolo con el cual seremos juzgados —Mateo 25—, nos dijo que la salvación  estaba en cuidar de los hambrientos, los enfermos, los presos, los extranjeros, en definitiva, en  reconocerlo y servirlo a Él en toda la humanidad sufriente. Por eso me animo a decirles: «Felices los  que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados» (Mt 5,6), «felices los que trabajan por la  paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). 


 El cambio  personal es necesario, pero es imprescindible también ajustar nuestros modelos socio-económicos  para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido. Y pensando en estas  situaciones, me vuelvo pedigüeño. Y paso a pedir. A pedir a todos. Y a todos quiero pedirles en  nombre de Dios. 

A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan  que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres,  cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados. 

Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de  crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen  esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos. 



Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras,  petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y  montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos. 

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de  imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan  quedándose con el pan del hambriento. 

Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen  totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el  marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos. 









Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la tecnología que dejen de explotar la  fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación  política. 

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el  acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños  pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena. 


Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de comunicación que terminen con la lógica  de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el  escándalo y lo sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más  vulnerados. 

Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos,  sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo.  Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos  visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo  los más nobles motivos o ropajes. 

Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano.  Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo.  Todavía estamos a tiempo. 










A los gobiernos en general, a los políticos de todos los partidos quiero pedirles, junto a los  pobres de la tierra, que representen a sus pueblos y trabajen por el bien común. Quiero pedirles el  coraje de mirar a sus pueblos, mirar a los ojos de la gente, y la valentía de saber que el bien de un  pueblo es mucho más que un consenso entre las partes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 218);  cuídense de escuchar solamente a las elites económicas tantas veces portavoces de ideologías  superficiales que eluden los verdaderos dilemas de la humanidad. Sean servidores de los pueblos que  claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena. Ese “buen vivir” aborigen que no es lo mismo que  la “dolce vita” o el “dolce far niente”, no. Ese buen vivir humano que nos pone en armonía con toda  la humanidad, con toda la creación. 

Quiero pedir también a todos los líderes religiosos que nunca usemos el nombre de Dios para  fomentar guerras ni golpes de Estado. Estemos junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes  y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes  de amor para que la voz de la periferia con sus llantos, pero también con su canto y también con su  alegría, no provoque miedo sino empatía en el resto de la sociedad. 

Y así soy pedigüeño. 


Y sigue diciendo cosas como éstas: 

Soñemos juntos, porque fueron precisamente los sueños de libertad e igualdad,  de justicia y dignidad, los sueños de fraternidad los que mejoraron el mundo. Y estoy convencido de  que en esos sueños se va colando el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus hijos. 


Me  preocupa que mientras estamos todavía paralizados, ya hay proyectos en marcha para rearmar la  misma estructura socioeconómica que teníamos antes, porque es más fácil. Elijamos el camino difícil,  salgamos mejor


Un ingreso básico (el IBU) o salario universal para que cada persona en este mundo pueda  acceder a los más elementales bienes de la vida. Es justo luchar por una distribución humana de estos  recursos.


La reducción de la jornada laboral es otra posibilidad, el ingreso básico uno, es una  posibilidad, la otra es la reducción de la jornada laboral. Y hay que analizarla seriamente. En el siglo  XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de  ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para  que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta  urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas  por la falta de trabajo. 









Son medidas posibles y marcarían un cambio positivo de orientación. 


Hermanas y hermanos, estoy convencido de que el mundo se ve más claro desde las periferias.  Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo  se entiende mejor junto a los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres  que han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder, las privaciones, la  xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor lo que viven los demás y son capaces  de ayudarlos a abrir, realísticamente, caminos de esperanza.


Reafirmemos el compromiso que tomamos en Bolivia: poner la economía al servicio de los  pueblos para construir una paz duradera fundada en la justicia social y el cuidado de la Casa común.  Sigan impulsando su agenda de tierra, techo y trabajo. Sigan soñando juntos. Y gracias, gracias en  serio, por dejarme soñar con ustedes. 

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Fuente: Religión Digital, Hernán Reyes Alcaide



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