El 8
de Agosto de 1920 nacía Jerónimo Podestá. Hoy hubiera
cumplido,
por tanto, 96 años.
Su
aniversario es una buena ocasión para mantener viva su
memoria.
Fue
obispo de Avellaneda en Argentina. Impulsó en toda
Latinoamérica el
Movimiento de los curas obreros. Partidario
de la Teología de la
Liberación y amigo personal de Monseñor
Hélder Cámara, se
enfrentó a los sectores conservadores de su
país y tuvo muy duras
críticas a las políticas económicas del
Gobierno. Defensor
entusiasta del Concilio Vaticano II.
En
1966 conoció a Clelia Luro con la que empezó una relación
sentimental. Clelia era separada con seis hijos
En
1967 tuvo un duro enfrentamiento con el nuncio, amigo del
Gobierno
del General Onganía. Fue obligado a dimitir de su
diócesis.
Jerónimo aceptó con la condición de ser recibido por
el papa Pablo
VI. Amenazado por la organización
ultraderechista triple A, tuvo que
salir del país con Clelia y se
marcharon a Perú. En 1972 fue
suspendido de su condición
sacerdotal y ese mismo año se casó con
Clelia.
Juntos
impulsaron con gran fuerza en toda Latinoamérica el
Movimiento
Internacional de Sacerdotes católicos casados en la
Federación
Latinoamericana para la renovación de los
ministerios.
Jerónimo
y Clelia trabajaron muy intensamente por extender
el Movimiento que
tomó gran fuerza en muchos de los países
latinoamericanos:
Argentina, Brasil, México, Ecuador,
Perú....Igual que se había
extendido por los demás continentes,
llegando a alcanzar el número
de 150.000, el colectivo de los
curas casados en todo el mundo: más
de un 30% del total de ellos.
Conocí
personalmente a Jerónimo y Clelia en unos de los
encuentros
internacionales celebrados en Ariccia (Roma).
También coincidimos en
Madrid en casa de Andrés y Tere,
coordinadores del MOCEOP, con
motivo del encuentro
internacional de curas casados. Guardo de ellos
un recuerdo
imborrable.
Juntos estuvieron también en mi casa en
Cádiz en
una ocasión, donde comieron y pernoctaron y pudimos
conversar en un clima relajado, lejos de los encuentros y
reuniones
más formales en las que coincidimos. Con ellos
también tuvimos una
reunión en el campo, en Puerto Real
(Cádiz), donde asistieron
muchas personas y donde juntos
celebramos la eucaristía. Quienes le
conocieron lo recuerdan
con admiración y cariño.
Jerónimo
era la bondad, la dulzura, la ponderación en las
formas, aunque
siempre profundo en el fondo. Clelia era la
fuerza, el empuje que
Jerónimo necesitaba. Los dos formaban
una pareja sacerdotal
excepcional, que entregaron sus vidas a
las causas sociales serias y
a la transformación evangélica de la
Iglesia.
De
él, de ellos, todos debemos aprender y tenerlos siempre
como
referentes de vida.
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