Compañeros/as: Os dejo aquí el Comunicado del Movimiento Internacional de curas casados celebrado recientemente en Madrid. Para aquellos que les interese estos temas, creo que merece la pena leerlo.
Saludos: Juan
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Iglesia,
comunidades y ministerios
Tras
casi cuarenta años de recorrido compartido (7 congresos
internacionales, 7 latinoamericanos y otros muchos nacionales), el
Movimiento
internacional de curas casados
en su actual configuración como Federación
Latinoamericana
y Federación
Europea,
tras haberse reunido en un congreso en Guadarrama (Madrid, España),
bajo el lema “Curas
en unas comunidades adultas”,
hemos decidido hacer público este comunicado.
A
todo el Pueblo de Dios.
Acabamos
de celebrar el 50º aniversario de la clausura del Concilio
Vaticano II;
y las esperanzas y compromisos sembrados por aquel acontecimiento
histórico nos han animado a ofrecer una vez más nuestra experiencia
y nuestra reflexión como movimiento eclesial y como integrantes de
la comunidad universal de creyentes en Jesús de Nazaret.
En
nuestro origen está la reivindicación de un celibato opcional
para los curas de la Iglesia católica de Occidente: libertad que
debería ser reconocida y respetada no sólo por ser un derecho
humano, sino también porque la opcionalidad (y no la imposición) es
más
fiel
al mensaje liberador de Jesús y a la práctica milenaria de las
iglesias, así como por estar íntimamente relacionado con el derecho
de las comunidades a tener servidores dedicados a su atención, hoy
insuficientemente satisfecho.
Pero
nuestro recorrido como colectivo ha ido ampliando esa perspectiva
inicial -centrada en torno al celibato- para aspirar y
avanzar hacia
un modelo de cura no clerical y
un
tipo de iglesia no asentada férreamente sobre un cura exclusivamente
varón, célibe y clérigo.
Durante
esos largos años, quienes hoy hacemos este comunicado, hemos estado
integrados y comprometidos, con sencillez y fidelidad, en muchos
grupos comunitarios, buscando sentido cristiano a nuestras vidas y
ayudando a quienes nos hemos encontrado, a descubrir su dignidad como
seres humanos y como hijos de nuestro Padre-Madre Dios.
Desde
esos compromisos, nos atrevemos a decir:
1º.-
Estamos convencidos -y en ello coincidimos con otras comunidades y
movimientos de iglesia, parroquiales y no parroquiales- de que el
modelo de cristianismo mayoritariamente imperante está desfasado; y
lejos de ayudar a la implantación del Reinado de Dios y su justicia,
es con frecuencia un obstáculo para la vivencia de los valores
evangélicos. Un
nuevo tipo de iglesia y de comunidades
es urgente
para poder aportar algo válido frente a los retos que el ser humano
tiene planteados hoy.
2º.-
El
eje
de este nuevo modelo de iglesia debe
ser la comunidad, la vida comunitaria de los creyentes en Jesús. Sin
esos grupos vivos que comparten su vida y su fe, que intentan
descubrir el Reinado de Dios y vivirlo, no hay iglesia. Y no podemos
ignorar que las estructuras parroquiales en un gran porcentaje son
dispensarios de servicios religiosos y cultuales más que
comunidades vivas.
3º.-
Para la renovación de la Iglesia y de las comunidades de creyentes
hacia un modelo activamente comunitario de asamblea del Pueblo de
Dios,
es preciso un cambio estructural;
no son suficientes los meros esfuerzos personales. Hay una inercia
de siglos (Estado Vaticano, curias, leyes, tradiciones…)
que
actúa como un peso muerto y dificulta cualquier reforma progresiva.
4º.-
Nuestro
recorrido
nos
ha hecho experimentar y comprender que el motor de esa
transformación se encuentra en el interior de las mismas
comunidades: solamente
unas comunidades adultas, maduras, pueden llevar a cabo esa
transformación estructural necesaria y urgente.
La estructura actual -preferentemente centrada en la parroquia y el
culto- no tiende sino a perpetuar el inmovilismo y a adoptar cambios
de forma sin ir al fondo.
5º.-
También hemos comprendido y experimentado que los
curas
–sean célibes o no: no es esa la cuestión principal- no
pueden seguir concentrando todo en sus personas y pretender asumir
todas las tareas y responsabilidades.
Su misma identidad y la calidad de su servicio imponen una evolución
hacia una mayor participación y hacia un pluralismo de modelos en
función y en dependencia de las comunidades concretas.
6º.-
Esas comunidades
adultas existen ya;
en ocasiones son ignoradas o perseguidas; pero es necesario
incentivarlas. Son pequeños
grupos
de dimensiones reducidas, donde sus componentes se conocen,
comparten, viven la igualdad, la corresponsabilidad, la fraternidad y
sororidad. Tenemos
que seguir luchando por ese estilo de comunidades,
perfectamente aceptables dentro de la pluralidad de modelos
eclesiales.
7º.-
Esa adultez y mayoría de edad les permite adaptarse a las exigencias
culturales de nuestro mundo cambiante, vivir y formular la fe de
forma y en lenguaje comprensibles y organizarse desde dentro según
sus necesidades. Esas comunidades son libres y ejercen la libertad
de los hijos e hijas de Dios; no viven ancladas en el pasado. Su
referencia no es la obediencia, sino la creatividad
desde
la fe. Y desde ahí, pueden ser entendidas en nuestras sociedades.
8º.-
Desde esta óptica, resulta cada vez más contradictoria
e injusta la situación de las mujeres:
mayoritariamente presentes en la vida eclesial, pero apartadas
tradicionalmente de las tareas de estudio, responsabilidad y
gobierno. No existe ningún fundamento para mantener esta
discriminación, que además supone la pérdida de un potencial
humano irremplazable. Se puede razonablemente esperar al mismo tiempo
que su presencia cambiará las estructuras de animación y de
gobierno a mejores, más justas y más equilibradas.
9º.-
Y, finalmente, es preciso reconocer a estas comunidades el derecho a
elegir
y encomendar las tareas, servicios y ministerios a las personas que
consideren más preparadas y adecuadas para cada tarea,
sin distinción de sexo ni de estado. Que puedan de esta forma
llegar a ser comunidades abiertas, inclusivas, desde la pluralidad y
el respeto mutuo.
Hemos
encontrado y participamos en comunidades de este tipo. No son una
quimera sino una realidad a pesar de sus deficiencias y dificultades.
Y estamos decididos a seguir luchando para que cada día sean más
numerosas y auténticas.
Este
camino no es sencillo. Somos conscientes de que los compromisos que
asumimos, pueden crear problemas: en ocasiones bordeamos la
ilegalidad, aunque no por capricho o arbitrariedad; y sabemos que,
con frecuencia, la vida va muy por delante de la normativa legal y
que el Espíritu no está sometido a leyes.
Los
retos actuales nos exigen abrir caminos de diálogo y encuentro; y en
esos campos tan necesitados de cambio, ser creativos, asumir el
protagonismo de las comunidades y hacer así realidad aquellas
intuiciones y declaraciones del Vaticano II (vida fraterna,
solidaria, ecuménica, comprometida por la paz y la justicia con
todos los hombres y mujeres de buena voluntad…)
que
tanta ilusión despertaron, que fueron arrinconadas como peligrosas y
que hoy, con la llegada del papa Francisco, han cobrado actualidad y
recuperado su carta de ciudadanía en nuestra Iglesia.
Invitamos
a todos los creyentes en Jesús a ser valientes y adentrarse en estas
sendas de creatividad, adultez y libertad, para hacer cada día más
real el Evangelio de la misericordia y de la responsabilidad ante los
seres humanos y ante nuestra Madre Tierra.
6
de enero de 2016.
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