Los obispos siguen con sus actitudes inquisitoriales y despóticas. Ahora ha sido el arzobispo de Asturias el que ha prohibido, tres días antes del acto, unas conferencias que se iban a impartir en la casa de la Iglesia organizadas por los cristianos de base. ¿Motivos? Uno de los ponentes era Juan José Tamayo, uno de los muchos teólogos "malditos" para ellos.
Antes lo había hecho el cardenal Rouco, el arzobispo de Barcelona y el obispo de Palencia. En apenas 5 meses. Se nota que hay "consignas" para que cualquier obispo actúe de igual manera. ¿Quien supervisa todo? La Congregación de la Doctrina de la Fe ( ex Santo Oficio) desde Roma. Es ella, bajo las órdenes de Benedicto XVI quien actúa en cualquier punto del planeta, contra cualquier teólogo que se aparte del "pensamiento único" expresado en el Catecismo. Es el nuevo Santo Oficio quien arremete contra colectivos de curas, monjas o seglares que intenten expresarse de modo crítico contra determinadas actuaciones y normas de la Iglesia.
No saben que estas actitudes se les vuelven contra ellos mismos. Posiblemente a la charla de Tamayo asista ahora más gente que la que hubiera asistido si no se lo hubiera prohibido por la Iglesia. Ya pasó en las ocasiones anteriormente descritas.
Los obispos actúan también "jaleados" por algunos voceros seglares que escriben en blogs y páginas web de rabioso signo ultraconservador y tridentino. Ellos les empujan también a actuar así y caen en su trampa. Y es que los grupos ultracatólicos y conservadores en lo eclesial abundan por todas partes: kikos, opus dei, comunión y liberación etc... están ahí proliferando por todas partes porque son los grupos que el Vaticano fomenta y aplaude, tan preocupado por "pensamiento único"...
Es triste que esto sea así. La jerarquía de la Iglesia se está enrocando en sus posiciones numantinas y se está quedando con los sectores más reaccionarios. Ha renunciado a acercarse y tender puentes de diálogo con sectores aperturistas que aún permanecen en la iglesia. A Roma no le duelen prendas en acercarse a los heréticos lefebrianos y hacerles importantes concesiones. Tampoco par acoger a los tradicionalistas anglicanos. Lo prefiere, antes que tender puentes de diálogo con los colectivos de iglesia que permanecen en su seno que tienen posturas críticas. Les da igual si estos grupos están en Irlanda, en EEUU, en Austria, en Italia, Japón o en España.
Y así se quedan cada vez más solos, incapaces de dar respuesta a los nuevos tiempos y alejándose del espíritu del Concilio Vaticano II que abogaba por afrontar muchas cuestiones en la Iglesia que estos teólogos y colectivos cristianos perseguidos hoy por Roma, defienden.
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