Personas y grupos de las CCP de Andalucía hemos recibido con perplejidad y tristeza las declaraciones del obispo de Palencia respecto al teólogo Juan José Tamayo y las afirmaciones de la Comisión Teológica Internacional respecto al control que los obispos deben ejercer sobre los teólogos. Como miembros a la vez de la Iglesia y de la sociedad civil queremos exponer nuestro punto de vista a la opinión pública.
En nuestras sociedades modernas, donde
las ideas circulan con toda libertad y rapidez a través de las redes
sociales, resulta patética la pretensión de poner puertas al campo de la
teología.
Las sociedades laicas caminan con paso firme hacia el pluralismo religioso. En este contexto resulta trasnochado, cuando no irritante, pretender poseer todo la verdad religiosa y condenar cualquier intento de racionalización del hecho religioso.
Aspiramos a una sociedad cada vez más horizontal, participativa y democrática. Esta aspiración la trasladamos al interior de nuestra Iglesia y ya no queremos ser súbditos aborregados, obedientes y silenciosos, sino ciudadanos activos y participativos con plena igualdad de derechos.
Manifestamos desde aquí nuestra cercanía, nuestro cariño y nuestra solidaridad con tantos teólogos europeos y americanos controlados, fiscalizados, censurados y hasta perseguidos por la curia vaticana. Paradójicamente, las comunidades cristianas nos alimentamos de sus escritos y de sus charlas y esas personas nos siguen ayudando a conocer más en profundidad el mensaje de Jesús.
Recuperamos nuestro siempre obligado punto de referencia: Jesús de Nazaret. Aquel hombre careció de poder institucional y de fuerza coactiva. Sólo utilizó su forma de ser y su forma de vivir. Su comportamiento irritó a los poderosos de la religión, del dinero y de la política, pero, en cambio, generó un poderoso movimiento de ilusión y esperanza entre las personas y los colectivos marginados.
Reivindicamos que Jesús de Nazaret no es monopolio de ninguna religión o grupo social.
Es patrimonio de la humanidad entera. Los valores que él proclamó y que él vivió en la frontera de la utopía forman parte del acerbo común más valioso para todo ser humano: la solidaridad y la alegría de compartir como proyecto personal y como derecho político irrenunciable para toda la familia humana.
Las sociedades laicas caminan con paso firme hacia el pluralismo religioso. En este contexto resulta trasnochado, cuando no irritante, pretender poseer todo la verdad religiosa y condenar cualquier intento de racionalización del hecho religioso.
Aspiramos a una sociedad cada vez más horizontal, participativa y democrática. Esta aspiración la trasladamos al interior de nuestra Iglesia y ya no queremos ser súbditos aborregados, obedientes y silenciosos, sino ciudadanos activos y participativos con plena igualdad de derechos.
Manifestamos desde aquí nuestra cercanía, nuestro cariño y nuestra solidaridad con tantos teólogos europeos y americanos controlados, fiscalizados, censurados y hasta perseguidos por la curia vaticana. Paradójicamente, las comunidades cristianas nos alimentamos de sus escritos y de sus charlas y esas personas nos siguen ayudando a conocer más en profundidad el mensaje de Jesús.
Recuperamos nuestro siempre obligado punto de referencia: Jesús de Nazaret. Aquel hombre careció de poder institucional y de fuerza coactiva. Sólo utilizó su forma de ser y su forma de vivir. Su comportamiento irritó a los poderosos de la religión, del dinero y de la política, pero, en cambio, generó un poderoso movimiento de ilusión y esperanza entre las personas y los colectivos marginados.
Reivindicamos que Jesús de Nazaret no es monopolio de ninguna religión o grupo social.
Es patrimonio de la humanidad entera. Los valores que él proclamó y que él vivió en la frontera de la utopía forman parte del acerbo común más valioso para todo ser humano: la solidaridad y la alegría de compartir como proyecto personal y como derecho político irrenunciable para toda la familia humana.
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